domingo, 23 de noviembre de 2014

“Ya no me quedan lágrimas”

Carmen Martínez, la mujer de 85 años desahuciada, vivirá en un piso pagado por el Rayo

  • Una anciana de 85 años, desahuciada por avalar un préstamo
  • Carmen Martínez, junto a sus familiares. / JAIME VILLANUEVA
  • “Ya no me quedan lágrimas”. Carmen Martínez Ayuso, de 85 años,las gastó todas despidiéndose de medio siglo de recuerdos en la vivienda de la que fue desahuciada, el número 10 de la calle Sierra de Palomeras, en el barrio madrileño de Vallecas. Ya han pasado unas horas desde que la plantilla del Rayo Vallecano se comprometiera a pagarle un alquiler el resto de su vida, pero ella sigue preguntando a sus nietos y sus dos bisnietas: “¿Nos van a ayudar?”. Agarrada a su bastón, Carmen se levanta el pantalón para mostrar una herida de su adolescencia, cuando ya era limpiadora. Su perro, Terrible, le dio un mordisco considerable en la pierna. “Llevo toda la vida trabajando, levantándome a las seis de la mañana para recoger la espiga, para que de repente vengan a quitártelo todo cuando lo único que quieres es estar tranquila”.

    Carmen fue desahuciada el viernes de su vivienda, valorada en 160.000 euros, porque su único hijo, Luis Jiménez Martínez, la usó para avalar un préstamo de 40.000 euros con un particular, Francisco M. La familia explica que el hijo pidió el dinero para reformar la casa y superar los problemas económicos tras divorciarse y perder su empleo como vendedor de pisos. Se hizo con los poderes de la casa una vez fallecido el marido de Carmen, hace siete años, y la mujer no supo que iba a ser desahuciada hasta que la policía visitó su vivienda unos días antes del primer intento de lanzamiento, hace un mes. “Yo no sabía nada. No sé leer ni escribir, con firmar me sirve, así que pedí ayuda a la vecina y ya nos enteramos de todo”. La familia asegura que el hijo le pidió el dinero a un particular porque le denegaron el préstamo en el banco.
    Todavía recuerda la ilusión con la que esperaban el final de las obras. “Me encantaba que me llevase a ver la fachada. Nuestros sueños estaban allí”. También recuerda el día de la mudanza, lloviendo a cantaros. “Un amigo nos dijo que esa noche dormíamos allí como fuera, aunque cayera el diluvio”. La rutina de Carmen cambió tras la muerte de su esposo. No puede evitar llorar cuando recuerda los eternos paseos que daban juntos cada tarde. Ahora pasa los días con sus amigas, sus vecinas de toda la vida, sobre todo yendo a misa. El jueves, el día antes del desahucio, se despidieron abrazadas junto al portal de Carmen. “Mañana te queremos ver aquí”, le dijeron desconsoladas.La vivienda de Carmen era una antigua casa de labor en la que vivían unas ocho familias. Había gallinas, tractores y una huerta y era propiedad de la madre de su marido. Hace unos diez años tiraron la infraestructura abajo y levantaron la vivienda actual. Uno de esos pisos fue para Carmen y su marido, que trabajó durante toda su vida en el campo con unas condiciones que su viuda aún se escandaliza al recordar. “Llegaba tan agotado a casa que muchas veces tenía que abrirle la boca mientras estaba dormido para meterle un yogur”. Carmen no concibe su vida sin su marido. “Anda que no hemos pasado años sentados, silla junto a silla limpiando los platos. Uno con el trapo húmedo y otro con el seco”. Aunque vive sola tras la muerte de su esposo, ella tenía suficiente con los recuerdos.
    Aunque los activistas de la PAH Vallecas lograron paralizar el primer desahucio hace un mes, Carmen vivía con un miedo terrible desde entonces. Cada vez que veía a un policía se echaba a temblar. “Me decían que todo iría bien, pero cuando tienes que hablar con un policía es que algo pasa”. No durmió la noche del jueves y cuando al amanecer vio que precintaban la zona entendió que sus horas estaban contadas. “Yo quería ver lo que pasaba, pero venían y me cerraban la puerta”.
    Cuando Dafne, su bisnieta mayor, de 7 años, le acerca un pañuelo no puede evitar mirarla con ternura. Le encanta repasar cada anécdota y sobre todo cada fatiga. Ante todo recuerda a su marido. Cerca de su casa hay una zona recreativa donde los ancianos juegan a las cartas y pasan el tiempo, pero a ella no le gusta ir. “Prefiero ir a misa. Si voy sola allí parece que estoy buscando novio”. Despierta una carcajada en el salón de su nieto Luismi, donde pasará la noche, pero su seriedad no puede ser más clara. “Lo mejor que me ha pasado es haber tenido un buen marido”.

    Pasan las horas y el pasado de Carmen se torna en futuro. Luismi es el encargado de buscar un piso para que el club pague posteriormente el alquiler, y entre ellos ya discuten si es mejor un bajo o un primero. “Un bajo, pero que no tenga jardín, que yo ya no puedo salir”. La vitalidad que desprende, el tono de su voz y la potencia de su mirada no tienen nada que ver con su edad. Una mujer que ha sobrevivido a los bombardeos de su Vallecas natal durante la guerra no quiere venirse abajo por un desahucio. “Todo el dinero que se llevan los poderosos viene de nuestro sudor. He vivido muchos años, pero la vida no deja de espabilarte”
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