lunes, 9 de diciembre de 2013

Lina Morgan, la última gran cómica


  • La actriz fue clave en la fusión de los engranajes del teatro de comedia con nuestra televisión.
  • Nació a muy pocos metros del que después se convertiría en su propio teatro, La Latina. Allí, llegó a colgar el cartel de ‘no hay localidades’ a diario. Ahora, Lina Morgan ya no vive en su popular barrio oriundo, su casa se encuentra cerca de El Retiro, en un inadvertido bloque de 12 plantas, con terrazas y piscina, que está escondido tras la madrileña calle del Doctor Esquerdo. La Infanta Elena es su vecina.
    A pocos metros, en el hospital Beata María Ana, se encuentra ingresada en la UCI desde el pasado lunes 14 de noviembre, donde lucha para superar las complicaciones de una neumonía.
    Un barrio tranquilo, donde la última gran cómica de nuestro país ha pasado siempre desapercibida entre una multitud que no la olvida. Porque Lina Morgan alcanzó, durante décadas, una popularidad imposible hoy en día que la convirtió en la actriz más querida de todo el país. Una admiración común que no entendía de edades, ni de clases sociales.
    De familia humilde y nacida en plena Guerra Civil (tiene 76 años), Lina empezó su trayectoria como bailarina hasta que se transformó en una vedette particular, su instinto sobre el escenario contagiaba al público. Rápido, destacó en la compañía del gran productor teatral del Madrid de ‘la revista’, Matías Colsada (antiguo propietario de La Latina o El Monumental, entre otras míticas salas).
    Visto su desparpajo, este magnate confió en María de los Ángeles López Segovia, que así se llamaba, el papel protagonista de la obraMujeres o Diosas (1956). Entonces, no quedó más remedio que buscar un nombre más a tono con el universo del espectáculo. Así que Lina cogió su diminutivo y, a la caza de la palabra con sonoridad perfecta, se inspiró en la Banca Morgan, un símbolo que en la época parecía lo más cosmopolita y glamouroso.
    Ya no había marcha atrás, había arrancado un carrerón imparable en teatro, cine (más de 25 películas, su favorita: La tonta del bote, 1970) y televisión. Mucha televisión, donde participaría en prestigiosos Estudio 1con La chica del gato (1966), El landó de seis caballos (1968) o diferentes formatos de variedades.
    Pero, tras la muerte de Franco, Lina, que empezó a invertir dinero propio en sus funciones, se arruinó, pues en la resaca de la dictadura el público comenzó a dar la espalda al humor más castizo de la revista del destape. Sin embargo, fue con una invitación de José María Íñigo a Directísimocuando la artista recuperó el foco de atención perdido y despertó la curiosidad masiva de la audiencia. De esta forma, con ayuda de la promoción televisiva, pudo estrenar obras como Casta ella, casto él, junto a Florinda Chico y Antonio Ozores.
    Aunque fue con Vaya par de Gemelas cuando todo cambió. La obra arrasó en taquilla, desde 1980 hasta 1983. Se recaudaron casi 3000 millones de pesetas y ahí surgió un revolucionario flirteo entre Morgan y la pequeña pantalla. Y es que TVE decidió grabar, tal cual, la función teatral sobre las hilarantes hermanas gemelas. Sólo bastaron cuatro cámaras y el poder de Lina (y su pierna) sobre las tablas de su Latina.
    LA MAGIA DEL TEATRO TRASPASÓ LOS TELEVISORES
    Lo que pudiera parecer una estática retransmisión escénica que rozaba lo antitelevisivo, se transformó en un colosal éxito que sedujo a 20 millones de telespectadores y que alimentó más las ansias de ver a Lina, en directo, en el teatro con si particular radiografía de España. La actriz consumó la fusión perfecta entre tele y teatro como acontecimiento mediático.
    En la misma línea, luego vendrían Sí al amor (1984-1987), El último tranvía (1987-1991) y Celeste no es un color (1991-1993), donde compartía escenario con Marisol Ayuso, Doña Eugenia en Aída. Todas estas comedias fueron taquillazos y su emisión televisiva era una cita obligada.
    Y, claro, con la llegada de las privadas, Antena 3 tentó a Lina para protagonizar una serie de verdad: con sus exteriores reales, sus cambios de localizaciones… Compuesta y sin novio, dirigida y escrita por Pedro Masó, fue la historia elegida. Lina Morgan intentaba crecer como actriz. Tuvo buenas audiencias, aunque esta producción pasó más desapercibida con el paso del tiempo. ¿Por qué? Le faltaba el runrún del público del teatro.
    De hecho, su gran triunfo televisivo fue Hostal Royal Manzanares. Una invento de Valerio Lazarov, ideado al milímetro por y para la actriz. Cuatro temporadas de audiencias millonarias con un papel por el que la actriz cobró 24 millones de pesetas por capítulo.
    Después de Hostal Royal Manzanares se intentó reproducir el éxito catódico de Lina con otras producciones: Una de dos (otra de gemelas, 1998), Academia de baile Gloria (2001),  o, en 2004, la insípida tira de sketches de ¿Se puede?, que fue un fiasco y que despertó el malestar de la intérprete con TVE porque consideraba que había sido mal programada.
    EL PILAR DE SU ÉXITO Y SU FRACASO
    Al final, sus últimas series no lograron repetir aquellas audiencias millonarias y pincharon. Y es  quetodas estas producciones se olvidaron de la clave del éxito de Lina Morgan: la esencia del teatro de la comedia. Porque la actriz es de esa estirpe de artistas que lograba la magia de ir más allá del guion para interactuar con la emoción del público en directo, ya fuera con el suspiro, la sonrisa o la carcajada. Una cercanía que se traducía en miradas cómplices con su público que estaba sentado en su teatro y, también, en su Hostal Royal Manzanares, una serie que se grababa como una función y en la que, al final, Lina subía a saludar a sus fieles a la grada. Lo hacía con un simbólico ramo de flores en la mano.
    La televisión impulsó la imagen de diva teatral de Morgan, pero de diva tangible, cercana, real, intuitiva. Es la última gran cómica, la artista que sabía el guiño, el gesto y el gag que necesitaba el público en cada momento.

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