domingo, 7 de octubre de 2012

La dehesa suena a sexo


http://www.hoy.es/videos/noticias-de-extremadura/extremadura/1881229829001-berrea.html

La cerveza fría la pone Carmen, que antes tienta con un gin tonic con limones de su limonero o una infusión de hierbabuena de su plantación. En esta terraza en pleno campo, cuanta menos luz, mejor. Sobra con la tenue que dan un par de candiles colgados de una viga de madera. Y música, ninguna. Eso corre por cuenta de los ciervos. Al pie de la sierra de Las Corchuelas, en el Parque Nacional de Monfragüe, con el sol en retirada y en medio de una dehesa de catálogo, lo que procede es callarse. Para escuchar como debe ser el berrido imponente que llega por la derecha. Y el que medio segundo después entra por la izquierda. Y el que surge por detrás.
Cada uno de esos sonidos animales tiene una traducción al idioma de los humanos. Viene a ser algo así como «¡Eh, tú, que aquí estoy yo y soy más fuerte». Es el mensaje cifrado de la berrea, la época en la que a los ciervos se les disparan las hormonas. Son tres o cuatro semanas en las que apenas comen ni duermen. Sólo les preocupa una cosa: el sexo. «Acaban hechos polvo, más delgados, con la cornamenta dañada...», apunta la hija de Carmen Carbonell. Se llama Elisa, es bióloga y etóloga, y cada vez pasa menos tiempo en Madrid y más en el campo, con su madre, estudiando y ayudándola a atender a los clientes de Palacio Viejo de Las Corchuelas, una casa rural con 380 hectáreas de monte como patio de recreo.
Hasta esta propiedad privada no llegan -o no deberían, al menos- quienes eligen Monfragüe en esta época del año y no en ninguna otra. Lo hacen a sabiendas de que el reclamo principal de su viaje es algo que no serán capaces de fotografiar por muy moderna que sea su cámara. Porque la berrea se oye, pero difícilmente se ve. Que levante la mano el que no haya necesitado varias tardes escondido en el coche o haciéndose la momia bajo una encina para conseguir la foto de un ciervo con la cara orientada hacia el cielo, alardeando de vozarrón. Y eso que estamos «sin duda en uno de los mejores lugares del mundo, quizás el mejor junto a Cabañeros, para disfrutar de este espectáculo», asegura orgulloso Ángel Rodríguez, el director del Parque Nacional extremeño.
A él, que echó los dientes en este lugar, le sigue fascinando la batalla sexual que empieza con las primeras lluvias del otoño. 'Cuando el lomo se moja, el ciervo berrea', proclama un dicho autóctono que ya sólo usan los más mayores. Esa disputa sonora es el fondo con el que se duermen estos días los turistas -madrileños, catalanes, holandeses e ingleses, principalmente- que eligen la casa rural de Carmen y Elisa. O los que viven en una caravana, como la pareja de Guadalajara que le echa arrestos al solazo y sube la pendiente cansina que hay que salvar para alcanzar la azotea del castillo de Monfragüe. «Anoche -cuentan con la mirada fija en el Tajo, escuálido de agua- fue increíble. No pararon de berrear en toda la madrugada. Es una pasada».
El atractivo lo ratifican las colas de coches en la EX-208, la carretera que cruza el Parque. Habitualmente, de lo más tranquila, excepto los viernes y sábados de finales de septiembre a mediados de octubre, tradicional época de la berrea. Al carro se han subido hasta pandillas de veinteañeros que cambian el botellón nocturno en Plasencia -a 25 kilómetros- por el atardecer de coche y ciervos excitados.
Ese subidón que experimentan los machos en esta época se explica por la abstinencia copulatoria con la que su naturaleza les castiga durante once meses al año. «La berrea es la época de celo del ciervo, y el berrido es la forma de intentar imponerse a sus rivales, atraer a las hembras y formar su harén», define Ángel Rodríguez. «A la hora de llamar la atención de las ciervas -amplía Elisa Pizarro Carbonell, que participó en una investigación sobre la berrea en Doñana- cuenta el berrido, pero también el tamaño de los cuernos o el olor que desprenden, y para eso se orinan en la barriga».
Si la riña entre dos machos se encona, toca pelea, o sea, chocar las cornamentas. Cuando esto sucede, surge un sonido que escuchado en la noche y amplificado por la dehesa, resulta sobrecogedor. «Es muy poco frecuente, porque no les compensa destrozarse los cuernos», matiza Elisa. «Berrean tanto que algunas noches pienso que sería mejor que se callaran un rato», bromea la joven bióloga, que no acaba de creerse del todo la anécdota del ciervo superdotado.
La cuenta Casto Iglesias, jefe de Negociado de Monfragüe. «En una finca -relata- tenían apartadas unas ciervas, para protegerlas, pero un macho saltó, pasó la noche entre las hembras y el resultado fueron 43 preñadas». Una fogosidad que no es patrimonio de los machos. La ciencia ha demostrado que también hay hembras libertinas. «Habitualmente eligen quedarse en el harén del macho más poderoso porque se sienten más protegidas -cuenta Elisa-, pero esto no quita para que si se les cruza por el camino un macho menos formado pero más joven, aprovechen la oportunidad». Una cana al aire, algo a lo que también es dado 'el escudero', nombre que suele darse al ciervo menos agraciado, que no puede aspirar a tener un harén del que presumir -la media es de una decena de hembras por macho- y que durante la berrea ayuda al más poderoso a imponerse a sus rivales. A poco que el rey del harén se descuide, este segundón aprovechará para arrimarse a alguna hembra que probablemente, aceptará sin remilgos.
Es el juego subterráneo de la berrea, el festival sonoro que saluda el inicio del otoño en Monfragüe y que eleva el número de gente a la que atienden a diario en el centro de recepción de visitantes del Parque (en él entran sólo el 23,8 de los que se mueven por la zona, según la estadística oficial). Está en Villarreal de San Carlos, pueblo de una sola calle, que algunos nombran seguido de la apostilla «que se tarda más en decirlo que en pasarlo» (tiene ocho teléfonos en las Páginas Blancas, solo tres de ellos de particulares). Entre el 15 de septiembre y el 17 de octubre del año pasado, entraron a pedir información 8.375 personas. El anterior fueron 7.070; y en 2009, 7.264. «Sí que se nota la berrea», dice el camarero del más popular de los dos bares que hay en Villarreal. «Pero se nota sólo los fines de semana -matiza-, se sirven más cafés o más refrescos pero no se dan más comidas, se nota mucho la crisis».
Un miércoles de berrea, a las tres de la tarde, en el restaurante hay tres mesas ocupadas. En una de ellas, Frank Ebbin (36 años, médico de familia) y Paul Houben (41, ingeniero civil), holandeses de Amsterdam que están recorriendo la Ruta de la Plata. Una hora y diez kilómetros después, en el Salto del Gitano, un 'birdwatcher' (aficionado al avistamiento de aves) portugués explica emocionado que lleva media hora observando desde el teleobjetivo de su cámara cómo duerme la siesta en un roquedo una pareja de buitres leonados. La mujer que le acompaña lee un libro a la sombra, sentada en una silla de camping. A diez pasos de ella, dos alemanas fotografían todo lo que se mueve a su alrededor mientras beben un zumo de naranja. Faltan todavía unas horas para el atardecer, pero ya se oye a los ciervos. Si hay luna llena, Carmen y su hija Elisa cenarán en la terraza de su casa rural y después, cogerán cada una a su caballo, lo ensillarán y se perderán por el campo. En su paseo nocturno, que a veces entra en la madrugada, pararán junto a alguna charca para ver de cerca a un ciervo bebiendo, que después levantará la cara mirando al cielo estrellado y volverá a berrear. Lo cuenta ella y parece que está imaginando un cuadro. Pero no. Qué va. Es que la dehesa es así.

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