miércoles, 11 de enero de 2012

ALGUIEN ESCRIBIÓ.

> No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más
> preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un
> familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen
> tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de
> Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca
> Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces van a
> hacer de *au-pair,* de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo
> temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se
> alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por
> poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán
> en pocos meses".
>
> Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía
> gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una
> capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la
> maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa,
> la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.
>
> No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la
> despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les
> obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí
> hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede
> encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro,
> pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí
> no hay nada.
>
> Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia
> nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de
> que la historia es un caudal continuo de mejoras.
>
> No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde
> se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más
> bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija
> está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son
> frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan.
> Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel
> alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que
> pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como
> residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados
> producto de la ceguera de nuestro país.
>
> En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los
> centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a
> empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites,
> con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de
> sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.
>
> No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota
> especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa
> y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su
> compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de
> cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros
> mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son
> una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el
> túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida
> temprana de su tierra.
>
> No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los
> socorridos *ni-nis* que sirven para culpar a la juventud de su falta de
> empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro.
> Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de
> empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.

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