martes, 21 de junio de 2011

SANTORAL

21 DE JUNIO
                 SAN LUIS GONZAGA 1568-1591
luisgonzagan.jpg (8947 bytes)De los tres santos jóvenes de la Compañía de Jesús - Estanislao de Kostka, Juan Berchmans y Luis Gonzaga - este último es el más conocido. 
El hijo del alto dignatario de la corte de Felipe II de España que, a sus diecisiete años renunciaba a sus derechos de príncipe de Mantua, era uno de esos hombres de los que los Ejercicios ignacianos son capaces de lograr un instrumento excepcional para las grandes tareas apostólicas.
Si bien escuchó desde la infancia un llamamiento interior hacia la oración y juntaba «una admirable inocencia de vida y un espíritu de penitencia», no fue por eso, al punto y sin esfuerzo un Santo Luis. Siendo aún adolescente, se juzgaba a sí mismo más apto para mandar que para obedecer: la cólera, la impaciencia y el descontento afloraron por mucho tiempo a su conciencia, y se humillaba por ello ante Dios.

Ante el altar de Nuestra Señora del Buen Consejo, en Madrid, se siente llamado a entrar en la Compañía de Jesús, el día de la Asunción del año 1583. Para ello logra superar la tenaz oposición de su padre y abdica e l Principado de Mantua a favor de su hermano.
No le importa fatigarse para mantener una constante unión con Dios pues "no pensar en Dios en todo momento me causaría más fatiga".

Cinco años de luchas contra su propia voluntad, de dependencia de la autoridad de los superiores - tanto en el noviciado como durante sus estudios - y, sobre todo, el acto heroico de caridad de tomar a un apestado sobre sus hombros para llevarlo al hospital, fueron suficientes para colmar la misión del joven religioso en la Iglesia.
Estaba presto para el encuentro con el amor digno, «ese mar inmenso, sin riberas y sin fondo», del que hablaba con gozo a su madre en la carta en la que le comunicaba su cercana muerte. Ocurría esto en Roma,
 era el 21 de junio de 1591. Luis Gonzaga contaba veintitrés años.
Muchos santos se sometieron a actos de penitencia tan intensos que parecen casi masoquistas. San Luis Gonzaga fue uno de tales penitentes rigurosos. Ayunaba tres días a la semana con pan y agua se flagelaba, rehusaba ninguna calefacción en sus aposentos y se privaba del sueño.
Como Aloisio tuvo que aprender, sin embargo, que la penitencia autoimpuesta a menudo no es tan difícil como la obediencia. Tras ingresar en la Orden de los Jesuitas, Luis tuvo que comer más, pasar tiempo relajándose con los demás estudiantes, y limitar las horas que dedicaba a la oración. Aunque fue obediente, no debió resultarle fácil. La obediencia nunca lo es.
Sin embargo, como dice el Beato Jan Van Ruysbroeck: «Dios ama la obediencia más que el sacrificio.» El sacrificio es a menudo cuestión de una sola vez. Puede ser duro abandonar algo que amamos, pero una vez que lo abandonamos, la dificultad está superada. Es como limpiar el desván y dar lo que nos sobra a la caridad. Una vez que el camión carga con las cajas, no hay vuelta atrás.
La obediencia, en cambio, tiene lugar una y otra vez. Cada día, día tras día, hemos de poner a un lado nuestros propios deseos y hacer lo que hemos de hacer. ¿Qué es lo que hemos de hacer? No tenemos por qué ir a la búsqueda de actos extraordinarios o disciplinas estrictas. Lo único que hemos de hacer es mirar a nuestro alrededor y ver qué necesita ser hecho... y en
tonces hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario